El próximo 20 de enero, cuando Joe Biden asuma la presidencia, es muy probable que Estados Unidos deje atrás un capítulo donde la locura fue más protagonista que la cordura.
Misael Salazar F.
Hacía tiempo que Donald Trump venía echándole gasolina al fuego.
Y este miércoles, 6 de enero, cuando el Congreso de los Estados Unidos se aprestaba a confirmar la victoria de Joe Biden en las elecciones del pasado mes de noviembre, toda la ira de Trump y los trumpistas explotó en el propio corazón de la democracia “más perfecta del mundo”: El Capitolio.
Hacía rato que el presidente de los EE UU venía incendiando la pradera democrática, en un país que se ha permitido la osadía de darle clases de democracia al resto del planeta, cuando ni siquiera ponen en práctica la democracia directa.
Desde la misma campaña electoral, en los meses previos a las elecciones de noviembre del año pasado, el magnate que por casualidad llegó a presidente, anunció fraude en las elecciones, sin apenas un solo elemento de prueba para semejante afirmación.
¡Qué paradoja! El presidente del país que canta fraude y amenaza a los demócratas del mundo, descubre trampa en sus propias entrañas y adelanta que no entregará el gobierno si pierde las elecciones.
¿Dónde está la trampa?
Los días previos al proceso electoral del 3 de noviembre fueron de completa incertidumbre.
Trump amenazaba a todo el mundo. Nunca admitió la posibilidad de que llegara a perder las elecciones, a pesar de que las encuestas dejaban abierta esa hendija.
No solo dijo que no entregaría el gobierno si había fraude. Acusó a Nicolás Maduro y a Gustavo Petro de apoyar a Joe Biden para implantar el Socialismo del Siglo XXI en Estados Unidos. Llegó a decir que el candidato demócrata era la propia reencarnación del diablo y acusó al difunto Hugo Chávez de tener metidas las manos en el fraude de los demócratas para expulsarlo del gobierno.
La que concluyó en noviembre pasado, fue, por culpa de Trump, la campaña de los peores insultos y las más extravagantes incoherencias.
La democracia más perfecta del mundo demoró más de ocho días en certificar la victoria de Joe Biden.
Trump y sus socios cantaron fraude en un estado y otro. Pidieron reconteo de votos. Introdujeron demandas. Nunca reconocieron al demócrata que lo derrotó en las urnas. Menos admitieron que los electores estadounidenses habían preferido apostarle a la decencia y al retorno de la coherencia a la Casa Blanca. Continuaron jugando al caos y al desastre. Incluso, anunciaron que no entregarían el gobierno, el venidero 20 de enero, fecha fijada por la Constitución estadounidense para el relevo presidencial.
Conclusión: La trampa o el fraude electoral que denunció Trump, nunca aparecieron, por más que hurgaron las papeletas donde se hallaba depositada la voluntad de los ciudadanos estadounidenses. El presidente del país más poderoso del mundo parece no tener sentido del ridículo.
Lo peor aún no había llegado
Pero lo antes sucedido parecía solo el principio de un largo proceso de agonía para la democracia de la cual se jactan muchos en el mundo entero. Lo peor estaba por suceder.
El presidente Trump llamó por teléfono a una autoridad electoral en el Estado de Georgia. Textualmente, le pidió que buscara en donde fuera, que sacara de donde fuera, los votos que necesitaba para impugnar el proceso electoral y demostrar que Joe Biden y los demócratas le habían robado las elecciones. Como es obvio, el funcionario rehusó a las pretensiones de Trump. No había más votos para Trump. Los votos eran de Biden.
La llamada del presidente de los Estados Unidos a un funcionario electoral pidiéndole que hiciera trampa, causó, obvio, el estupor de la clase dirigencial más decente de los Estados Unidos. Incluso, llegaron a decir que lo hecho por Trump, era más vergonzoso y detestable que lo hecho por Richard Nixon en el denominado caso Watergate.
Pero lo peor estaba por suceder: Este miércoles, cuando el Congreso de los Estados Unidos se preparaba para el reconteo de los votos y certificar la victoria de Joe Biden, el propio Trump le pidió a su vicepresidente Mike Pence, que desconociera al presidente electo.
Pence tampoco obedeció la orden. En una de las pocas demostraciones de cordura, Pence consideró necesario desobedecer a su jefe. De lo contrario, hubiera sido el fin de su carrera política. Ahí concluía otro episodio bochornoso en la política norteamericana, como si lo hecho antes no hubiera resultado suficiente atropello.
Explotó el Capitolio
Los trumpistas cerraron el miércoles, 6 de enero de 2020, uno de los capítulos más oscuros de la política estadounidense: Se tomaron el Capitolio para desconocer a Biden e impedir que el Congreso certificara su victoria. Era lo que había pedido Trump. Fue lo que el presidente le pidió este miércoles a su vicepresidente.
En otras palabras, el presidente se tomó la justicia por su propia mano. ¡Quién iba a creerlo!
Balance final: 4 muertos,14 policías heridos, medio centenar de arrestos, la sesión del Congreso paralizada y una terrible imagen de los Estados Unidos en el mundo entero.
Este miércoles, el país que llamaba al orden, a las democracias del resto del mundo, vio arder la candela en su propio horno. Entonces se cambiaron los papeles: Los presidentes y líderes del mundo entero llamaban a la compostura y el respeto a la convivencia democrática. Solo entonces, cuando Trump vio la muerte ocasionada por él mismo, tuvo un momento de lucidez para decir que facilitaría una transición en paz. Para entonces, Facebook, Twitter e Instagram, habían bloqueado sus cuentas para evitar que el quizás, último instante de demencia del presidente (con minúscula), llegara a hacerse viral.
El próximo 20 de enero, cuando Joe Biden asuma la presidencia, es muy probable que Estados Unidos deje atrás un capítulo donde la locura fue más protagonista que la cordura.