Misael Salazar F.
Es rola, pero como la gran mayoría de quienes habitan en Floridablanca, se siente profundamente florideña.
Se llama Rosy. Rosy Roa. Y es una especie de “coleccionista” de imágenes y cuadros con los rostros y los datos de cientos de desaparecidos en Colombia y el resto del mundo.
De vez en cuando, Rosy, con su familia, se ubica en la glorieta del parque principal de Floridablanca y extiende todos los cuadros con la data de colombianos, venezolanos, ecuatorianos y mexicanos desaparecidos, unos con muchos años, otros de fechas más recientes.
Ella cumple una labor silenciosa. A través de la Fundación “Desaparecidos Colombia Huellas de Cristal”, Rosy y su familia contribuye desde las redes sociales y los contactos telefónicos a la búsqueda de personas desaparecidas en todo el mundo.
Todo por su hijo
Su trabajo encomiable comenzó hace tres años. Su hijo, Pablo Andrés Roa, desapareció el 19 de agosto de 2.017. Duró 43 días perdido.
Rosy hizo de todo por hallarlo. Buscó contactos aquí y allá. Preguntaba por su hijo al uno y al otro. Acudió al alto gobierno colombiano en busca de ayuda. Y en cada uno de estos intentos llevaba a Dios como guía y como testigo. A Pablo Andrés lo secuestraron en Bogotá y apareció en Antioquia.
Rosy había hecho una promesa: Dijo que, si el Todopoderoso le ayudaba a encontrar a su hijo, ella dedicaría el resto de su vida a trabajar por los desaparecidos en Colombia y el mundo. En eso anda: Cumpliendo su promesa.
Su hijo, Pablo Andrés, el que anduvo desaparecido, la acompaña en el sagrado cumplimiento de su promesa. Su hijo menor, Juan José Roa, contribuye con la causa de Rosy, que es la causa de su familia. Él lleva el inventario. Él sabe cuántos son los desaparecidos reportados. Y sabe, desde luego, que como parte de su trabajo y el de su familia, han contribuido a conseguir 18 personas desaparecidas.
Todos en la familia saben que en la lista de los 560 desaparecidos que tienen, hay hombres y mujeres de Colombia, Venezuela, México y Ecuador. Y saben que hay colombianos desaparecidos de Antioquia, Valle del Cauca, Caquetá, Bogotá, Norte de Santander, Tolima, Mompós, Manilzales, Caldas, Huila y por supuesto Santander.
Trabajando con las uñas
A Rosy le sucede como a tantas instituciones y personas que llevan a cabo un trabajo en función de los demás.
No tiene ningún tipo de ayuda oficial. Su trabajo se va desplegando a través de la red de amigos y familiares de los desaparecidos que contribuyen con esta noble causa. La Comisión Internacional para las personas desaparecidas, dependiente de la Comunidad Europa, les ofrece algún tipo de apoyo. El resto del trabajo lo hacen con sus propios medios.
Pero Rosy y sus hijos trabajan con cariño y esmero en la búsqueda de las personas desaparecidas. A ella la basta con el solo hecho de que su hijo haya aparecido y ello le da fuerzas y la motiva para continuar trabajando para hallar a tantas personas que están en la misma condición que ella hace tres años.
Rosy se coloca en los zapatos de las familias de 560 personas desaparecidas y trabaja todos los días en procura de poder decirles que hallaron a su hijo, su padre, su madre o su hermana que está desaparecida.
Ella está cumpliendo su promesa.